La Microbiota es el conjunto de microorganismos que pueblan un hábitat, en un mismo nicho.
Cuando hablamos de la microbiota de los seres humanos, nos referimos a:
todos los microorganismos que crecen sobre la piel, así como en todas las cavidades que tienen comunicación con el exterior de nuestro cuerpo y que son el tracto gastrointestinal, el respiratorio, el urinario y el aparato reproductor.
La microbiota está compuesta aproximadamente por 1.100 especies de bacterias (conocidas hasta ahora) y su número en nuestros intestinos alcanza aproximadamente los 100.000 millones de millones de microorganismos, suponiendo un peso aproximado de 2 kilos y constituyendo sobre el 40% del peso de las heces. De esas 1.100 especies bacterianas conocidas encontramos una media de 160 especies por persona, y que crezcan unas u otras es multifactorial (depende de la alimentación, el estilo de vida, los tóxicos, el deporte que realiza el hospedador, etc), por lo que podrían haber microbiotas parecidas en algunos seres humanos, pero no existen dos microbiotas exactamente iguales. Es un universo dentro de nuestro propio cuerpo.
Una vez dicho lo anterior, es lógico pensar que:
si microbiota está bien, el cuerpo que la acoge también estará bien, así como que exista una reciprocidad entre ambos.
Parece evidente que cuidando microbiota estamos mucho más protegidos y así es… incluso estamos más protegidos de la exposición a tóxicos.
Pero no todo el campo es orégano. Hay bacterias en nuestros intestinos muy beneficiosas para la salud, pero en este ecosistema también están incluidos un porcentaje del 0,001% del total de microorganismos que, siendo necesarios para mantener un equilibrio, en el momento exceden esta cantidad máxima pasan a ser patógenos. Es decir, tienen una función determinada y no son malos mientras no aumenten en número… pero como aparezca una oportunidad y la aprovechen, se multiplican e invaden territorio que debería pertenecer a las «buenas» y se rompe su equilibrio junto con nuestra salud.
Cuando nuestra microbiota pierde ese equilibrio, circunstancia que puede tener lugar tanto cuantitativa como cualitativamente, se produce lo que se llama disbiosis.
No se sabe si fue antes el huevo o la gallina (enfermedad o disbiosis) lo que sí está claro y comprobado científicamente (al menos ya en al menos 105 enfermedades) es que cuando hay enfermedad hay disbiosis, o cuando hay disbiosis hay enfermedad.
¿Cómo se produce esa pérdida de equilibrio o disbiosis?
Los factores que pueden hacer que se destruya nuestra homeostasis y por lo tanto podemos denominar pro-disbiosis son:
- La edad (a mayor edad, menos diversidad de microbiota).
- La dieta (sobre todo afectan negativamente a microbiota los alimentos grasos; los carbohidratos de cadena corta, es decir los refinados no integrales; la falta de fibra vegetal; el consumo elevado de carnes y procesados).
- El estrés (altera los neurotransmisores: hay una relación directa entre intestino y cerebro, hasta el punto de que en el intestino se fabrican también neurotransmisores, tales como el 80% de la serotonina, encargada de regular el estado de ánimo, el comportamiento social, la memoria, el sueño, la digestión, el deseo… )
- Los fármacos (principalmente los antibióticos, que como su nombre indica se cargan TODO, lo bueno y lo malo)
- los Tóxicos (pesticidas, metales pesados y alcohol).
Esa pérdida de la homeostasis, viene a traernos problemas: algunos desgraciadamente cada vez más conocidos. Entre ellos,
- La ruptura de la capa de mucus, que es nuestra barrera intestinal protectora, lo que provoca la permeabilidad aumentada o hiperpermeabilidad de la pared intestinal, eso desemboca en una mala absorción de nutrientes, problemas de tipo alérgico, mal funcionamiento del sistema disgestivo…
Tengamos en cuenta las dimensiones que puede tener nuestra capa de mucus, que es donde viven las bacterias de microbiota, y que cubre todo el intestino: si contáramos la superficie total que ocupa nuestro intestino, tendríamos entre 400 y 500 m2 (para que os hagáis una idea, el total de la piel solo llega a los 2 m2)
- La alteración del sistema inmunológico
- La reducción de la capacidad antiinflamatoria
- Y un largo etcétera, que mina nuestra salud.
Como siempre, es mejor la PREVENCIÓN que la solución (cuando la hay, que no es siempre).
¿Qué podemos hacer?
Fijémonos en los factores que pueden provocar disbiosis:
En la edad no podemos hacer nada (a excepción de cuidarnos, mimarnos y querernos, que no es poco), pero en el resto sí.
En los próximos post hablaré sucesivamente de esos puntos para ir ampliando la información que nos ayudará a prevenir alteraciones de nuestra microbiota que pudieran desencadenar en disbiosis.
Mientras tanto, intenta ser feliz 🙂