Si estás deprimido, estás viviendo en el pasado. Si estas ansioso, estás viviendo en el futuro. Si estas en paz, estás viviendo en el presente.
Esta frase atribuida a Lao Zi (Dào Dé Jing) es el mejor resumen de lo que intento transmitir en este post: Vivir aquí y ahora.
Cuando algo nos sobreviene en la vida de una manera tan inesperada, la mente suele evadirse hacia atrás o hacia adelante en el tiempo, todo con tal de no permanecer en el momento presente y hacerse consciente de la situación.
Buscamos de un modo automático un alivio temporal que nos saque de la realidad. Creo que esto ocurre así en general (también independientemente de estar transitando una enfermedad), no obstante es cierto que yo no tengo la verdad absoluta, sino solamente mi verdad producto de lo vivenciado en primera persona. Estas son mis conclusiones, que pueden no ser ni comprendidas ni compartidas, pero que escribo porque a mí me sirvió muchísimo intuir algo que comprendería mucho después, y quizá haya alguien a quien le pueda ayudar:
- Podemos escudriñar nuestro pasado, por si encontramos en él un posible origen a nuestra enfermedad que atienda a la necesidad imperiosa de obtener una respuesta al «Y por qué a mí«, o por si los recuerdos pudieran afianzar ese «cualquier tiempo pasado fue mejor»…
- O podemos vislumbrar un futuro adelantándonos a las miles de opciones que se presentan ante el panorama actual, y que generalmente acudirán a nuestro imaginario en forma de las más representativas escenas de todo lo malo que pueda acontecernos, sin darnos cuenta de que aquello que pensamos con fuerza hará de imán y el sentimiento lo anclará a nuestra realidad para que finalmente ocurra… pero ¿por qué ha de ser malo? Solo hay una razón: el MIEDO. Pensar en la muerte, en nuestra propia muerte, es casi inmediato. Y el sentimiento asociado es el miedo a desaparecer de este mundo (aunque muchos nos empeñamos a decir que es el miedo al dolor, pero en el fondo yo creo que es miedo a no existir, a diluirnos).
En cualquiera de los dos casos, nuestro EGO está en modo omnipresente.
Ahora bien, la clave es trascender esta situación. Nadie dice que sea fácil, pero si conseguimos mantenernos en el presente, tenemos mucho terreno ganado.
Al principio, para mí se convirtió casi en una obsesión entender qué había producido ese cáncer: hice constelaciones familiares, leí sobre biodescodificación, analicé las situaciones de profundo dolor que viví en mi pasado por si no supe gestionarlas (creo firmemente que las emociones son parte importante en la gestación de nuestra realidad, incluidas las enfermedades)… Conseguí conocerme bastante más, encontré muchas cosas buceando dentro de mí y traer a la consciencia el significado de muchas de ellas. Pero no conseguí saber lo que quería.
Toda vez que me empecé a dar cuenta de que no llegaría a ningún puerto sobre el origen de la enfermedad, empecé a meditar a diario, a calmar mi ansiedad. Al fin y al cabo, si consiguiera saberlo, ¿de qué me serviría? Lo importante estaba en «de ahora en adelante» y no en un pasado que no se puede cambiar (si bien sí aprender de él y pasar página).
Cada prueba médica que me hacían para confirmar si había metástasis, o analizar el estado de mis órganos, era un reto a mantenerme en el presente porque la naturaleza de la mente era salir disparada. Hube de asirme con fuerza a lo que tenía: seguir respirando y no saber la respuesta hasta que me la dieran. Si imaginaba algo, deberían ser buenas noticias. La meditación y la práctica de la respiración que lleva inherente, me ayudó a serenarme, a aceptar y a experimentar literalmente «vivir paso a paso». Luego, la propia enfermedad afianzó este nuevo modo de ver la vida: ahora es ahora. No sé dónde estaré mañana, ni cómo, ni si habrá mañana… solo existe el AHORA. Es desde el presente que podemos viajar en el tiempo y hacerlo nuestro. No hay otro modo.
En el libro MOMO, del escritor Michael Ende, explica muy bien lo que yo interpreto en cómo nuestra mente juega con nosotros y con el tiempo:
El pasado son los instantes que han existido y el futuro son son los que vendrán. Por lo tanto, ninguno de los dos existiría si no existiera el presente.
A día de hoy, sigo meditando. Los beneficios de esta práctica son brutales (e intransferibles).
Cuando llegas a esa percepción de realidad, el tiempo parece que se para y la escala de valores se pone patas abajo. La sacudida hace que el Ego se caiga en algún momento y no importe nada, porque la relatividad de las cosas cambia cuando cambia tu percepción de la realidad.
De ese modo, el Ego por fin pasa irremediablente a un segundo plano, y nos permite dejarnos ver tal y como somos. Eso me ayudó mucho a seguir adelante.
Aún con todo, una vez recuperada, se me olvida a menudo que cuando uno se ocupa solo del presente, el pasado y el futuro dejan de existir (solo lo hacen en nuestra mente, en imágenes, pero no tienen -ya o aún- dimensión en el plano material, al que pertenecemos). Entonces, los ratos que se me olvida eso, vuelvo a subirme al carro de las prisas y el no encontrar tiempo para mí; es el carro de la inmediatez que me vuelve a arrastrar dentro del ciclón de esta sociedad que no espera, ni entiende que alguien simplemente no haga nada. Pero cada vez me doy más cuenta de ello y así puedo redirigirme de nuevo… vivir es un continuo aprendizaje!
A colación con todo lo anteriormente expuesto y más concretamente con eso de «no hacer nada», del desprenderse del ego y de la meditación, te invito a que veas una charla del maestro Zen Dokushô Villalba:
La práctica de escribir en este blog me obliga a parar, a pensar, a reconectar con lo aprendido, a no olvidar y a compartir.
Si tú también tienes una experiencia personal que quieras compartir, te animo a comentarla por aquí. Seguro que a alguien le sirve. ¿De qué trucos te vales para afrontar tu enfermedad? ¿Cómo consigues encararla? ¿Qué te ha mantenido fuerte en el proceso?
Gracias por leerme. Eso me ayuda a continuar escribiendo y a no olvidar por qué estoy aquí.